No se si es la reflexión sobre la heroica gesta en la vuelta de obligado, dicho sea de paso poco supe de ella en mis años de colegio y de Billiken, o no se que me lleva a escribir sobre la contienda de palabras, que bien podría llamarse la batalla por la persuasión de masas que se lleva a cabo entre periodistas y medios hegemónicos.
Antes, las tapas de los diarios: superaban en protagonismos a las propias noticias que albergaban, eran la materia prima principal para ordenar las tertulias argentinas en función de determinados intereses, marcaban la guía temática sobre los cuales se hablaría en las radios, en los bares, en las oficinas, en los taxis, en las esquinas, en todas partes. Bajo el gobierno de las tapas los autodenominados periodistas independientes gozaban de la sencilla tarea de replicarlas sin ningún riesgo. Las tapas fabricaban la extravagante hegemonía persuasiva, en un país incomunicado y en cierto punto privado de su libertad de pensar.
Antes, las tapas de los diarios: superaban en protagonismos a las propias noticias que albergaban, eran la materia prima principal para ordenar las tertulias argentinas en función de determinados intereses, marcaban la guía temática sobre los cuales se hablaría en las radios, en los bares, en las oficinas, en los taxis, en las esquinas, en todas partes. Bajo el gobierno de las tapas los autodenominados periodistas independientes gozaban de la sencilla tarea de replicarlas sin ningún riesgo. Las tapas fabricaban la extravagante hegemonía persuasiva, en un país incomunicado y en cierto punto privado de su libertad de pensar.
En esa Argentina incomunicada sobrevino una especie de revolución de las palabras aunque esto pueda sonar a una herejía en una tierra donde florecieron grandes escritores o revolucionarios de la palabra. Se generó un reacomodamiento de piezas en el tablero comunicacional, y se ingresó en un nuevo paradigma en el cual el pueblo que quiere saber también quiere decir en los medios. El libreto corporativo en su frágil credibilidad fue entrampado en una crisis de persuasión como nunca antes les pasó; y que les iba a pasar si en los años del terrorismo de Estado con una foto de un brindis por papel prensa inducían a pensar que eran los salvadores de una patria amenazada.
No son tiempos cómodos para el imperio in-comunicacional, ya no le alcanza aplicar la teoría de la distracción, de la ostentación o de la evasión o de la mar en coche sino que requiere mayores esfuerzos creativos para superar los contra-mensajes que emergen de cualquier parte de la sociedad y que fluyen tanto por medios convencionales (Radios, diarios, TV) como por medios no convencionales (e-mail, facebook, blogs o twitter). Ya no persuaden a las masas, la retroalimentación del mensaje gira en pequeños círculos como giran las cartas de naipes en una reunión de amigos regadas con buenos vinos, el truco por más fuerte que sea dicho muere en la pared más próxima. El objetivo corporativo más reciente fue persuadir a los argentinos que hay mejores alternativas al kirchnerismo pero no fue cumplido a pesar del poderoso capital que pusieron para la difusión de tapas, imágenes, y opiniones contrarias al modelo nacional y popular.
Leer para no creer no es un ejercicio entretenido. Pero, ¿como atesorar una predisposición para creerles si “El país que viene” nunca llega? como tampoco llegó “el fin del kirchnerismo”, aunque en este último caso, algunos avivados de sus desaciertos hicieron de la semántica una razón sustantiva: El kirchnerismo llegó a su fin, ahora existe “El cristinismo”. Con las tapas enfiestadas era sencillo oscurecer al más iluminado o iluminar al más oscuro de los personajes, como lo hicieron con Videla, o con Domingo Cavallo más acá en el tiempo. Se terminó la sumisión al poder de las tapas para el bien de los argentinos y para mal de aquellos replicadores profesionales de tapas que quedaron al descubierto, están obligados a ofrecer materia gris en los debates que surcan los medios para no seguir hacinados en ese sitio donde pululan vendedores de palabras humeantes o de mugrientos humos. Y sí, que puedo decir, muy bien el periodismo que transparenta desde que lugar se expresa, al final de cuentas va ganando esta batalla por la persuasión de masas.-
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