Uno de los dilemas a resolver en un apunte
económico es que lenguaje utilizar. ¿El académico? ¿El lenguaje de las amas de
casas, del almacenero, del tachero? Sea como sea, el académico y el almacenero
coinciden en las fotos que sintetizan una época. Si yo me pregunto, ¿cuál era
el problema económico de los fines del ochenta? La respuesta emerge natural: “La Hiperinflación ”. Si
me pregunto, cual era el problema económico de finales de los noventa? La
respuesta emerge natural: “La desocupación”. En una década, los argentinos
fuimos capaces de resolver la hiperinflación, y también fuimos capaces de
generar desempleados. Nos hicimos adictos a los remedios aplicados para sanar a
la economía de la hiperinflación.
Desde el desempleo a la amenaza de la inflación
Desde la
hiperinflación al desempleo
Las decisiones económicas son
acompañadas de un discurso económico alienador. En los noventa, con la llegada
de Carlos Menem, la política fue dejada en un lugar marginal, nos volvimos
expertos en “eficiencia estatal”. El proceso hiperinflacionario que secaba los
bolsillos no admitía pérdidas de tiempos para discutir si el rumbo definido era
el apropiado para la
Argentina , ni mucho menos el rol de los organismos
multilaterales. El discurso de la escuela de Chicago era “la ultima moda”, y el
consenso de Washington la biblia económica que contenía los mandamientos para
los fieles gobiernos de los países satélites. Reforma y
modernización de estado, Atracción de capitales externos, Promoción de las
importaciones y de la sustitución de fuente de
financiamiento eran presentados como los pilares sobre la cual se ingresaría en
un ciclo de crecimiento económico.
“Nada de lo que deba ser estatal, será estatal” dijo Dromi, y lo
repetía Neustadt todos los martes en su “Tiempo Nuevo”, y se puso en marcha la
Reforma y modernización de estado,
necesaria en algún sentido pero fue llevada a la práctica sin ningún mecanismo de
contención ni escrúpulos. Las empresas estatales eran esos demonios que
perturbaban el crecimiento, llegó el programa que forzaba a los retiros
voluntarios de empleados de empresas estatales como YPF, las privatizaciones, y
pronto el mapa laboral fue vaciándose, padres sin sueldos, hijos haciendo
largas colas para entrevistas laborales, lejos de las universidades que para
colmo de males estaban bajo amenazas de privatizaciones. El costo social del
desempleo era imponente, a valor presente y a valor futuro. La preciada
calificación nunca llegó.
La seducción, palabra de moda en esos años. Había que seducir al
capital externo para que vengan al
país, y claro no hay que capitales que se abstengan de venir cuando se les abre
las oportunidades de grandes negocios con las privatizaciones de empresas
prestadoras de servicios públicos. Ni mucho menos existen sistemas financieros
capaces de eludir esas tentaciones de negocios. Grandes paquetes accionarios a
muy bajo costo, y todo por hacer en país supuestamente pobre. No había política
de desarrollo territorial que permita aprovechamientos de las ventajas
comparativas.
Otro de los cuentos económicos de
esos años era que la apertura de la
economía era para reducir los precios al consumidor de bienes y servicios. Y
quien se atrevería a discutir eso en un país que salía de la hiperinflación. El
peso apreciado respecto al Dólar hacía que las economías foráneas sean
competitivas en nuestro mercado local, y naturalmente hacía tambalear a nuestra
industria nacional. Mientras comprábamos azúcar a 0.35 ctvos de
pesos, cientos de trabajadores eran empujados hacia la colonia de desocupados.
Sustituir la
fuente de financiamiento para
controlar la hiperinflación fue un recurso aceptable en el marco de un país que
no se cansaba de emitir billetes pero la piola del endeudamiento se fue
alargando a extremos no aconsejables. El Estado, puso en situación
desventajosa al sector privado en la carrera de búsquedas de financiamientos para
sus proyectos de inversión. La gran demanda de financiamiento del sector
publico, aumentaba la tasa de interés activa que desalentaba cualquier proyecto
de inversión del empresariado local, y por lógica inercia económica, afectaba
la creación de fuentes de empleos.
Las políticas noventistas, en una
primera etapa, generaron crecimiento
económico que nos repuso de
la paliza hiperinflacionaria. En ese contexto no pensábamos cuales eran los
costos económicos, políticos y sociales. Un modelo económico es una representación
simplificada de la realidad económica, y
esto nos daba fuga de capitales, proceso de desinversión, masivo desempleo,
colapso del sistema de salud, y auditoria permanente del FMI. Ese modelo estaba agotado, aún
cuando desde el gobierno de radicales-frepasistas se empeñaron en sostenerlo clavándole
un puñal al corazón de la propiedad privada con el “corralito”.
Desde el desempleo a la amenaza de la inflación
Y ahora tenemos otro modelo económico que va curando las
heridas que dejó el neoliberalismo. El superávit gemelo es un pilar de este
modelo, alguna vez alguien tendrá la difícil misión de explicar como es eso que
un gobierno populista tenga superávit fiscal. Las reservas internaciones
resurgieron de las cenizas al ritmo del superávit comercial, el estado inyecta
fondos en el circuito económico mediante transferencias sociales directas,
inversiones en obras publicas, no hay creaciones de impuestos. La
conflictividad social se redujo a la par de la reducción del desempleo, el
multimonetarismo desapareció, se inició un proceso de desendeudamiento. Pero
claro, este modelo también tiene límites, y el desafío está en identificar los
momentos para proceder a un ajuste fino de las variables que lo componen. La
economía viene en crecimiento desde hace varios años, el aumento de las
exportaciones nos dio beneficios importantes como para mantener un tipo de
cambio competitivo, la optimización del sistema recaudatorio alimentó de fondos
para afrontar el incremento del gasto público. El comercio exterior ofreció
saldos positivos en el flujo de divisas, algunos dicen que esto es producto del
viento de cola pero sea como sea para aprovechar la inercia del viento de cola
se requiere de un buen piloto. Este gobierno, intentó redistribuir las rentas
extraordinarias de los sectores agroexportadoras, pero se desató un conflicto
que tiene más penas que glorias, quienes se beneficiaron con la devaluación del
peso no aceptaron que había llegado de profundizar las miradas en el
comportamiento de la oferta y demanda en el mercado interno.
Los argentinos demostramos que somos
capaces de curarnos de males
como la hiperinflación primero, y luego del desempleo masivo. Resta saber, si
somos capaces de evitar que los remedios utilizados sean la causa de nuevos
problemas. Debemos aceptar que los modelos tienen límites, y que en
determinados momentos debe iniciar un proceso de ajuste fino que no es ajuste en
el gasto publico ni enfriamiento de la economía ni nada de esas cuestiones
ortodoxas, sino retoques en las variables que componen un modelo
macroeconómico.
Por. Cr César López
Abrapalabras
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